Fuente: Vidalón Guillermo
La opción preferente de la Iglesia católica por los pobres se centra en la superación de las condiciones económicas y sociales precarias que afectan a millones de personas a nivel global, buscando una mejora tangible en su calidad de vida.
Una Iglesia que genuinamente acompaña a los pobres es aquella que imparte instrucción en la fe cristiana y, crucialmente, educa para el empoderamiento de los más vulnerables. Su labor contribuye a la liberación de condiciones a menudo denigrantes, liderando con humildad y actuando con prudencia, sin confrontar a quienes lograron superar la pobreza. Esta Iglesia pone de manifiesto los resultados positivos derivados de la colaboración entre los diversos estratos sociales, resaltando ejemplos de emprendimiento, la lucha diaria por una existencia mejor y la competitividad como motor para alcanzar metas tanto individuales como colectivas, las cuales, en última instancia, benefician al conjunto de la sociedad.
Este «andar con los pobres» debe traducirse en la promoción activa de oportunidades y el aprovechamiento estratégico de las ventajas comparativas de cada nación en el contexto del comercio internacional. El objetivo primordial es la generación de empleo productivo, reconocido como el único medio sostenible para la reducción de la pobreza y la mejora duradera de la calidad de vida. Superar la actual coyuntura de tensiones comerciales entre las principales potencias se vuelve fundamental en este proceso. Asimismo, la promoción del intercambio de productos locales, generando una balanza comercial positiva, impacta favorablemente en los ingresos fiscales, los cuales deben ser redistribuidos de manera transparente, adecuada y proporcional a los objetivos nacionales, con un énfasis particular en lo socio-productivo. Este proceso de intercambio facilita que los estados dispongan de recursos para financiar la investigación, impulsando el conocimiento, la innovación y la tecnología aplicada, brindando a los países con menor desarrollo relativo la oportunidad de ampliar su participación en el comercio mundial.
Acompañar a los pobres implica una búsqueda constante de la justicia y una distancia del pecado. Una conducta guiada por la palabra divina aleja de las faltas éticas, pero ambas se alcanzan mediante convicciones personales. La justicia individual se consolida cuando una persona se reconoce autónoma y capaz de trascender su situación actual de pobreza para forjar su propio destino. En contraste, un individuo que depende de subsidios indiscriminados puede convertirse en víctima, al no lograr superar su condición de pobreza y asumir una limitación para alcanzar la autonomía que lo libera genuinamente de ella, legitimando su accionar ético y justo a través de la autosuperación.
Fomentar la socialización de la transparencia como un mecanismo para mitigar los riesgos de corrupción también representa una vía legítima para acompañar a los pobres. Sin embargo, es crucial evitar que medidas similares se utilicen como estrategias para obstaculizar la creación de oportunidades de superación económica y social en favor de los más vulnerables.
Aprovecho esta oportunidad para extender mi saludo al pueblo católico mundial, así como a su Santidad León XIV.